Santiago, otro rumbo.
Les contaré una historia que le pasó al amigo de un amigo. Les juro que es real, y aunque también me costó creerlo, te la contaré para ver si al igual que yo consideras que esta historia es posible en el mundo moderno.
Nuestro protagonista llevaba poco tiempo en la capital, por razones de estudio, y no comprendía muchas de las reglas tácitas bajo las cuales se rige cualquier santiaguino común, y por lo general se salvaba milagrosamente de hurtos o lanzazos, tan comunes en esta ciudad.
Un día este personaje salió a recorrer junto a sus amigos el centro de Santiago. Luego de horas de paseo por lugares insignes que no causan mayor impresión a quien está acostumbrado a verlos (como La Moneda, la Biblioteca Nacional , la Universidad Católica, el Cerro Santa Lucía, entre muchos otros), la noche amenazaba con caer sobre nuestros amigos, por lo cual cada uno se despidió y procuró ir a su casa respectiva; nuestro personaje intentó hacer lo mismo pero camino al paradero de la micro se perdió; agobiado por tanto edificio, nuestro amigo vagó cerca de una hora entre lugares extraños, y se hizo muy tarde. Algo más asustado debido a su situación y viendo que efectivamente estaba muy perdido, llego a un edificio simpático con forma de teléfono celular, y llamó a uno de sus tíos contándole lo sucedido, quien le prometió que iría a buscarlo en seguida y que lo esperara.
El personaje se sentó a esperar y puso cara de malo a ver si podía ahuyentar de alguna manera a los extraños y peligrosos especímenes que pasaban cerca de él: una pareja de enamorados, un ebrio, una banda de anarquistas, entre varios.
Pasado un buen rato desde que esperaba al tío, nuestro amigo se encontraba solo en medio de una calle oscura y peligrosa de Santiago, cuando de repente de entre las sombras se le acercó un tipo de rasgos orientales de entre 30 a 40 años, con una bolsa, y le preguntó: “Oye, ¿Tienes unos 200 pesos que me puedas dar por favor?, que no tengo para la locomoción”
Nuestro joven protagonista, nervioso le entregó el dinero sin pensarlo dos veces. La cara que puso el tipo al recibir los 200 pesos no tiene una posible explicación en palabras, pero un buen intento para describirla sería decir que su cara era exactamente la misma cara que pone un niño al ser embaucado por un truco de magia, era una cara desconcertada y pálida, la cual con los rasgos asiáticos del individuo se veía mucho más curiosa aún.
El tipo lentamente se echa un poco para atrás y se da vuelta buscando algo en la bolsa, mientras nuestro personaje con algo de miedo empieza a pasarse mil películas en 3 segundos eternos: ¿Irá a sacar una cuchilla?, ¿Un arma? ¿Estará loco, será un psicópata? ¿Le ocurrirá algo? ¿Y mi tío?
Pero al contrario de la imaginación de nuestro amigo, el tipo se dio vuelta y en sus manos tenía una palta, y con una sonrisa de oreja a oreja dice: “Muchas gracias, tenga por favor, para que mañana desayune rico y se acuerde de mí."
Al otro día mientras desayunaba se propuso a abrir la palta y hacerse un sándwich y mientras lo hacía pensaba “Esta palta debe ser recordada, puesto que no es cualquier palta, es la palta que demuestra que aún aquí, en esta hostil ciudad, también hay gente grata”.